RETRATO DE LA ANDALUZA VULNERABLE
Hay veces que alguno se encuentra con páginas donde debe detenerse, leer despacio y volver a repasar lo leído. Es momento de repartir lo que se ha ido pregonando con más o menos artes lo que se vende. El que aquí se ha detenido ante estas estampas andaluzas, no ha seguido esas procesiones de semanas menos santas. Si aquí se ha parado no es más que detenerse un momento en esa tierra que mucho quiere y siente cuando la pisó y vivió él, por pueblos, ciudades, playas, campos y moradores.
"...La educación ha hecho libres a las generaciones jóvenes y les ha despojado del viejo complejo de inferioridad labrado en su historia de penuria económica y cultural. Entre las grandes diferencias existentes en este vasto territorio similar en población a Austria aunque algo más extenso, la que cuenta verdaderamente es la que traza una raya divisoria entre los menores y mayores de 50 años. Con razón o sin ella, más de la mitad de los 8,4 millones de andaluces creen que el nivel cultural de su región es igual o superior a la del resto de España. Ese acento, esos acentos suyos tan característicos vuelven a sonarles a música, han dejado de ser la deformación inculta del castellano que hay que procurar eliminar.
Pese a que muchos andaluces abominan del tipismo y de los reclamos turísticos con que se les representa, los estereotipos acuñados en torno al fervor religioso, a la tierra como sustento de referencia y al gusto por el disfrute de la vida sobreviven perfectamente en el campo de ruinas de la crisis, reproduciendo prejuicios y tópicos que toman la parte por el todo y obvian que Andalucía ha dejado de ser una sociedad agraria para convertirse en una de servicios.
- Estampa primera. Un caballero de impecable traje campero se abre paso entre los bulliciosos carromatos de romeros que llegan al Rocío. Detiene su yegua cartujana blanca ante la ermita y entona con voz ronca y palpitante una saeta a la Blanca Paloma. Luego, reza en voz alta, musita una promesa, se descubre el sombrero, hace girar a su caballo y se retira.
- Estampa segunda. La preferida de quienes consideran que el problema de esta tierra, “callada, estigmatizada y oscura” que decía Blas Infante, sigue siendo el caciquismo ancestral y la falta de la definitiva reforma agraria: al grito de “tierra y libertad”, entre banderas verdiblancas y símbolos anarquistas y comunistas, peones del campo y sindicalistas marchan por caminos polvorientos a ocupar la finca latifundio que el señorito mantiene improductiva.
- Estampa tercera. Las basuras hacen montaña en los patios y huecos de los ascensores en las destrozadas viviendas sociales de las barriadas sevillanas de Torreblanca y las Tres Mil Viviendas, exponentes de las decenas de poblados de chabolismo vertical ocupados por población marginal gitana y paya. Los niños juegan en las calles despavimentadas —hay asociaciones de vecinos que premian con dinero a los padres que llevan al colegio a sus hijos—, los autobuses y taxis no se adentran en el núcleo del barrio, y la venta de droga se hace a la luz del día en bajos con accesos ilegales. Un grupo de gitanos saca a la calle sillas, guitarras y un potente equipo de música que atruena el barrio. La fiesta ha empezado.
- Estampa cuarta. Tan del gusto de quienes, injustificadamente, creen que ésta es gente poco amiga del trabajo, que vive del subsidio y las ayudas públicas: pueblos andaluces, impolutos y cuidados, encalados de blanco, como de postal, sestean bajo la canícula. No hay actividad, ni un alma en la calle, pero los bares están llenos.
Son imágenes doblemente poderosas porque poseen el magnetismo cautivador de la diferencia y porque una parte de los propios andaluces se mira en el mismo espejo deformado con que les contemplan muchos extranjeros y buena parte de los españoles. Y, sin embargo, admitido que esta tierra hermosa, de ciudades bellísimas, se complace en sí misma y goza de una personalidad inconfundible, la versión tópica andaluza es un campo minado que conviene soslayar si se pretende palpar la realidad contradictoria y compleja de esta Comunidad que se abre paso entre las brumas del atraso secular y el pintoresquismo exótico glosado por la literatura.
Evaluar su evolución exige tener en cuenta su punto de partida.
Pese a que muchos andaluces abominan del tipismo y de los reclamos turísticos con que se les representa, los estereotipos acuñados en torno al fervor religioso, a la tierra como sustento de referencia y al gusto por el disfrute de la vida sobreviven perfectamente en el campo de ruinas de la crisis, reproduciendo prejuicios y tópicos que toman la parte por el todo y obvian que Andalucía ha dejado de ser una sociedad agraria para convertirse en una de servicios.
- Estampa primera. Un caballero de impecable traje campero se abre paso entre los bulliciosos carromatos de romeros que llegan al Rocío. Detiene su yegua cartujana blanca ante la ermita y entona con voz ronca y palpitante una saeta a la Blanca Paloma. Luego, reza en voz alta, musita una promesa, se descubre el sombrero, hace girar a su caballo y se retira.
- Estampa segunda. La preferida de quienes consideran que el problema de esta tierra, “callada, estigmatizada y oscura” que decía Blas Infante, sigue siendo el caciquismo ancestral y la falta de la definitiva reforma agraria: al grito de “tierra y libertad”, entre banderas verdiblancas y símbolos anarquistas y comunistas, peones del campo y sindicalistas marchan por caminos polvorientos a ocupar la finca latifundio que el señorito mantiene improductiva.
- Estampa tercera. Las basuras hacen montaña en los patios y huecos de los ascensores en las destrozadas viviendas sociales de las barriadas sevillanas de Torreblanca y las Tres Mil Viviendas, exponentes de las decenas de poblados de chabolismo vertical ocupados por población marginal gitana y paya. Los niños juegan en las calles despavimentadas —hay asociaciones de vecinos que premian con dinero a los padres que llevan al colegio a sus hijos—, los autobuses y taxis no se adentran en el núcleo del barrio, y la venta de droga se hace a la luz del día en bajos con accesos ilegales. Un grupo de gitanos saca a la calle sillas, guitarras y un potente equipo de música que atruena el barrio. La fiesta ha empezado.
- Estampa cuarta. Tan del gusto de quienes, injustificadamente, creen que ésta es gente poco amiga del trabajo, que vive del subsidio y las ayudas públicas: pueblos andaluces, impolutos y cuidados, encalados de blanco, como de postal, sestean bajo la canícula. No hay actividad, ni un alma en la calle, pero los bares están llenos.
Son imágenes doblemente poderosas porque poseen el magnetismo cautivador de la diferencia y porque una parte de los propios andaluces se mira en el mismo espejo deformado con que les contemplan muchos extranjeros y buena parte de los españoles. Y, sin embargo, admitido que esta tierra hermosa, de ciudades bellísimas, se complace en sí misma y goza de una personalidad inconfundible, la versión tópica andaluza es un campo minado que conviene soslayar si se pretende palpar la realidad contradictoria y compleja de esta Comunidad que se abre paso entre las brumas del atraso secular y el pintoresquismo exótico glosado por la literatura.
Evaluar su evolución exige tener en cuenta su punto de partida.
A esa colección de imágenes andaluzas, habría que añadir, entre otras muchas: una quinta estampa, poco conocida y reconocida: la de los nuevos andaluces que investigan sobre células madre en laboratorios de referencia internacional, que trabajan en empresas punteras del sector aeronáutico, la biotecnología, la agroindustria, las energías renovables…Andalucía es un espectacular muestrario de mezcla y simbiosis entre la tradición y la modernidad...."