PEDRO G. CUARTANGO |
"ESTOY releyendo La Primera República de la quinta serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós y no salgo de mi asombro porque los paralelismos son llamativos. Bastantes de los párrafos del libro podrían haberse escrito en los últimos meses y, como recalca el propio autor, «muchas de las cosas que entonces se veían en España no se vieron jamás en parte alguna».
El sectarismo, el papanatismo, la corrupción, el tráfico de influencias y la incapacidad de la clase dirigente eran las mismas en 1873 que hoy.
Incluso la fiebre nacionalista, disfrazada de cantonalismo, era muy parecida a la que sufrimos en nuestra época. Recomiendo al lector que lea la obra de Pérez Galdós para darse cuenta de que el tópico de que la historia se repite es cierto, por lo menos en nuestro caso.
La República estuvo gobernada por políticos como Pi y Margall, Salmerón y Figueras, hombres rectos e idealistas, pero el resultado fue un desastre porque el país estaba dividido y el funcionamiento de las instituciones era caótico. Los nobles propósitos de estos reformadores chocaban contra la prosaica realidad de una sociedad católica y rural, en la que el clientelismo era la única obligación de los dirigentes.
España ha cambiado mucho superficialmente y hoy, a pesar de la crisis, es un país desarrollado económicamente con una renta per capita de unos 23.000 euros.
Pero la mentalidad de la clase dirigente y de muchos estamentos sociales sigue siendo muy parecida a la de finales del siglo XIX, como puede comprobar cualquiera que lea a Galdós, a Baroja o a Clarín. Los miembros de la Generación del 98 sufrían por el retraso cultural y social del país y pensaban que la europeización de España podría solucionar los males seculares de nuestra patria.
Pero no sólo no ha sido así sino que los viejos demonios familiares han resurgido con una virulencia que nos deja atónitos a comienzos del nuevo siglo y cuando ya creíamos superados esos malos hábitos del pasado.
España se repite a sí misma y reproduce unos comportamientos atávicos que nos llevan a la autodestrucción. Es una especie de fatalidad de la que no somos capaces de sustraernos, un eterno retorno que nos conduce siempre al mismo punto en el que acabamos hastiados de ser como somos."
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