El ministro de Finanzas griego, Yanis Varufakis, durante la rueda de prensa conjunta con su homólogo alemán, Wolfgang Schäuble. / EFE
Aunque sólo fuera por contemplar el paseíllo del ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis al encuentro de su homólogo británico Georges Osborne, qué caramba, la semana mereció la pena. Y aunque sólo fuera por la jocosa respuesta que a dicho paseíllo dieron los medios británicos, la semana, sí, mereció mucho la pena. La semana perteneció, informativamente hablando, a este tipo que se estrena en su ronda de visitas europeas de la siguiente manera: “Soy el ministro de finanzas de un país en bancarrota”. Pero Varoufakis no sólo reinó en los países del norte por lo que dijo sino por cómo se presentó para defender el fin de la humillación y del ahogo a su país
Aunque sólo fuera por contemplar el paseíllo del ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis al encuentro de su homólogo británico Georges Osborne, qué caramba, la semana mereció la pena. Y aunque sólo fuera por la jocosa respuesta que a dicho paseíllo dieron los medios británicos, la semana, sí, mereció mucho la pena. La semana perteneció, informativamente hablando, a este tipo que se estrena en su ronda de visitas europeas de la siguiente manera: “Soy el ministro de finanzas de un país en bancarrota”. Pero Varoufakis no sólo reinó en los países del norte por lo que dijo sino por cómo se presentó para defender el fin de la humillación y del ahogo a su país
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